martes, 16 de abril de 2013

Hoy mi deporte es el atletismo y quisiera correr por las calles de Boston.


 Siempre, desde niño, me gustó el deporte y, en aquellos años, practiqué todo el que pude. Como la mayoría de los niños quería ser futbolista. Lo intenté en uno de los equipos de mi pueblo, pero me dieron la carta de libertad muy pronto. Era demasiado malo. Mi carrera futbolista sólo duró una temporada. Sin embargo, mi afición por el futbol siguió.
Soy de Er Beti’, qué le vamos a hacer. Como digo siempre, es una desgracia como otra cualquiera. Sé que pertenezco a un equipo que, como el ochenta por cierto de los equipos de primera división, nunca va a ganar nada o casi nada, que es lo mismo.
Sin embargo, ser bético, no me ha impedido alegrarme de las victorias del Madrid y del Barça en Champions y de entristecerme con la eliminación del Málaga. Canté eufórico los goles de estos equipos en Champions. Sus victorias las sentí como si fueran las de mi Beti’.
¿Pero por qué di saltos de alegría y celebré las victorias de unos equipos que no son el mío? Sencillamente porque cuando cualquier equipo de este país juega un partido internacional, yo me siento de ellos. En esos momento me siento malaguistas, madridistas, barcelonistas, valencianistas… incluso sevillista (que siendo bético tiene guasa).
En el juego del deporte, en las competiciones internacional, sé a quiénes siento como mi gente, a quiénes les deseo la victoria.

¿Y en el deporte de la vida? ¿Quién es mi gente?
Hoy, viendo las noticias sobre el atentado durante la maratón de Boston, he sentido otra vez ese pellizco punzante en mi estómago, y ganas de llorar. Otra vez bombas que matan. Otra vez inocentes que mueren. Otra vez calles manchadas de sangre y regadas por las lágrimas. Otra vez el ser humano reventado y esparcido por los suelos. Otra vez el dolor humano retransmitido por televisión.
Una vez más, el monstruo se ha escapado y ha destrozado la posibilidad de vivir en paz. Viendo las imágenes de las explosiones en Boston, vuelvo a tener muy claro cuál es mi equipo en el deporte de la vida: la gente que sufre.
Mi equipo son las personas y mi deporte, hoy, es el atletismo… y ahora mismo quisiera correr por las calles de Boston llevando besos, flores, ternura, calor…, cualquier cosa que sane el dolor de todos los que han sufrido el atentando y el dolor de sus familiares.
Dicen los medios que entre los muertos hay un niño de 8 años. ¡¡8 años de inocencia aniquilados!! ¡¡Al culpable o a los culpables yo les maldigo!! ¡¡8 años de maldiciones y de dolores para el que ha puesto o los que han puesto las bombas, en un lugar en el que miles de personas (de cientos de países) tan solo querían competir, pero hermanados, en el juego del deporte!!

Si el que ha puesto las bombas es un majara como el de los atentados de Oslo o como esos locos que cogen un rifle y sin más empiezan a matar, lloraré por todas las personas que han sufrido el atentando.
Si las bombas las han puesto unos fanáticos religiosos o políticos, igualmente lloraré por todos los que han sufrido el atentado de Boston pero, sobre todo, lloraré por nosotros, por haber perdido otra oportunidad para hacer un mundo mejor.
Sea lo que sea, ¡¡ánimo a los atletas que en los próximos días correrán por las calles del mundo!! Estoy seguro que ellos correrán por todos nosotros ahuyentando la muerte y esparciendo la vida con cada zancada y gota de sudor.

viernes, 1 de marzo de 2013

¡Qué pequeña y ridícula se hace nuestra democracia en manos de sus Señorías!

El pasado sábado 23 de febrero, en Madrid, salimos a la calle una buena multitud de ciudadanos (me da igual cuántos) y llegamos hasta la Glorieta de Neptuno. De ahí no se pudo pasar. Un muro (antidemocrático y autoritario) de vallas y un fuerte cordón policial dejaba bien claro cuál era (y es) el límite al que podemos llegar en nuestra democracia. Simplemente, no teníamos derecho a acercarnos a menos de doscientos metros a nuestro Parlamento. 

La tarde, aunque soleada, era muy fría y todos los que estábamos allí, no lo estábamos por gusto. Habíamos salido de nuestras casas porque queríamos manifestar, una vez más, nuestra más profunda indignación por la nefasta política que sigue haciendo el Gobierno actual.
Estoy seguro que a muchos de los allí congregados (y perdonar que hable en plural sin que nadie me haya dado esa potestad), nos hubiese gustado haber pasado frente el Congreso y gritar, aunque sólo nos hubiesen escuchado los leones de piedra: «¡No, no os hemos votado para que hagáis la mierda de política que estáis haciendo! ¡Escuchad a los ciudadanos y gobernad para el pueblo, no para unas minorías privilegiadas! ¡Sed honestos con lo que prometisteis para conseguir nuestros votos! ¡Sed honrados y echad a los corruptos!» Y etc., etc., etc.
Pero como ya dicho, llegar hasta el Congreso, ni soñarlo. Prohibido el paso por orden gubernativa.

Lo digo como lo siento. El dispositivo policial alrededor del Congreso, y en las calles aledañas, era (y es) una vergüenza para un país democrático en pleno siglo XXI. Los ciudadanos podemos votar (al parecer, el único derecho democrático que tenemos permitido en este sistema), pero no podemos manifestarnos delante del Parlamento. Ese derecho no lo tenemos permitido. Nos lo han bloqueado. Nos lo han robado.

¿Y por qué nuestro Gobierno, con el beneplácito de sus señorías, nos han prohibido el paso? Entre en un montón razones, yo subrayaría tres posibles.

La primera. Porque temen, sencillamente, que cuando pasemos por delante de ellos les escupamos (poéticamente hablando, los ciudadanos de este país somos los suficientemente educados para contener el deseo real de hacerlo) a los diputados corruptos, a sus cómplices y a sus encubridores.

La segunda razón es que igualmente temen que señalemos a las diputadas y diputados que siguen en política porque no tienen otra cosa mejor. Porque los sillones del parlamento y del senado son mucho más cómodos que volver a trabajar. Entiendo que tiene que ser muy duro renunciar al buen sueldo de parlamentario, además de privarse de las prebendas y privilegios de los cargos públicos.
Este tipo de políticos son los políticos que no tienen el valor, ni la ética para irse a sus casas cuando saben, perfectamente, que ya no tienen nada que aportar. Es obvio que cuesta volver a ser un ciudadano normal y corriente cuando se ha tenido notoriedad en la vida pública y se ha saboreado los placeres del poder.

La tercera, y última razón de porqué han convertido al Congreso en una institución infranqueable para los ciudadanos…
(Por cierto, qué hipócritas y falsos se ven a nuestros diputados cuando se celebra día de Puertas Abiertas. Ese día sí podemos entrar todos, cuando no sirve de nada hacerlo. Cuando la presencia del ciudadano es inofensiva e inútil. ¿Qué pasa con el resto del año? Nada. El resto del año que nos den… En fin, a lo que iba diciendo…)
…que la razón más importante de porqué no podemos manifestarnos frente al Congreso es porque ni son capaces, ni saben, ni quieren, ni tienen el coraje de ejercer el más importante, noble, y verdadero acto en una democracia: mirar a los ojos al pueblo, a los ciudadanos a los que representan, y escuchar lo que estos les están intentando decir.

Si en un sistema democrático la soberanía reside en el pueblo, ¿por qué sus representantes electos se blindan y se aíslan en las instituciones públicas? ¿Por qué no están en la calle con sus representados? ¿Por qué los políticos creen que les hemos dado un cheque en blanco cuando sólo le hemos otorgado la misión de representarnos y de ser nuestra voz en la asamblea de los representantes, que es el Parlamento y el Senado? ¡¡¿Por qué no escuchan?!! ¡¡¿A quién o qué defienden sus señorías y nuestro Gobierno?!! ¡¡ ¿Tú lo sabes? Yo no lo sé.
Lo único que sí sé, y lo vemos todos los días, es a sus señorías darnos lecciones de democracia. Nos repiten hasta la saciedad que ellos son los representantes legales del pueblo (al que no escucha), que están al servicio del ciudadano (que no ven) y que nosotros somos su mayor preocupación (aunque no nos sientan). Sin embargo, nos bloquean, incluso penalizan, nuestro derecho democrático a plantarnos frente al Parlamento.
Creo que ya es el momento de que la ciudadanía española les exija a nuestros representantes que nos devuelvan nuestra democracia, la que ellos han deshonrado y ultrajado, y reclamarles (por habernos engañado y estafado) que nos devuelvan el voto que les dimos. Y también creo que deberíamos pedirles que sean implacables con la corrupción política. A los políticos corruptos son a los únicos a los que se les deberían bloquear el paso y prohibirles la entra al Congreso, al Senado, al Gobierno y a cualquier organismo público.

Para terminar, sólo una petición a las señoras y a los señores diputados honestos que sabemos que hay. Por favor, niéguense a ir al Parlamento mientras siga ese muro lamentable de vallas y cordones policiales. Sólo verlo me parece algo patético y triste. Es una vergüenza y un insulto, para una ciudadanía madura y responsable como la nuestra, que se nos prohíba, como si fuéramos delincuentes, pasar frente a la máxima institución que, supuestamente, nos representa a todos.

Sin más, gracias por haber llegado hasta aquí. Un beso y un cordial saludo en estos días de frío y crisis.